¿QUÉ
ERA YO ANTES DE SER HUMANA?
por
Begoña Pérez Ruiz
No puedes vernos, no si no eres humano. Ahora lo sé,
porque mi historia me ha sido revelada. Soy humana porque ellos me hicieron
humana, a cambio me arrebataron mi verdadera vida. Los exteriores pasaron a mi
lado y no me vieron, porque soy humana y ante ellos soy imperceptible. Aun así,
tuve miedo de estar tan cerca de los exteriores, una parte de mí quería
tocarles y hacerles ver que yo existía, que estaba allí. Sé por qué esa parte
de mí quería mostrarse…
No toqué a los exteriores, pudo más en mí el deseo de
seguir siendo humana que la curiosidad por conocer mi pasado. Los paris me han
hecho humana.
Los exteriores me parecieron hermosos, pero también
aterradores. Caminaban por el Bosque Sagrado sin ningún respeto como si les
perteneciera. Cuando se cruzó en su camino una hila zigzagueando en su
característico movimiento, la desintegraron sin más. No se pararon a apreciar
sus hermosas escamas moteadas. Uno de ellos sacó una extraña arma que emitió un
rayo azulado y convirtió en polvo a la hila. Yo no grité, ni emití sonido
alguno de sobresalto, porque los paris ya me habían advertido de algo así y me
habían instruido para que no hiciera ningún ruido. Los humanos somos invisibles
ante ellos, pero cualquier ruido nos puede delatar. El asesinato de la hila me
causó más sorpresa que horror. No pude dejar de sentirme fascinada por la cruel
belleza del rayo mortal.
Más que esa arma me aterraban los artilugios sensores que
llevaban puestos. Intuía que aquellos podían descubrir mi presencia, por muy
invisible que fuera para sus ojos. Por sus expresiones de desconcierto y sus
conversaciones crispadas los aparatos debían indicar algo extraño, pero eran incapaces
de comprender esos datos.
Los paris me contaron que siempre ocurría de la misma
manera cuando los exteriores campaban por aquel mundo. Venían en grupos de
varios, más o menos numerosos. Siempre salían escupidos de aquellas
desconcertantes aves de metal que caían del cielo como depredadores avezados.
Cuando les vi creí que eran de metal, porque casi todo su
cuerpo tenía un brillo plateado y solo sus rostros se asemejaban al mío, pese
al frío fulgor de sus miradas. Los paris me sacaron de mi suposición más tarde,
al marcharse los exteriores me indicaron que el brillo plateado que vestía el
cuerpo de los exteriores no era su auténtica piel, sino una cosa que llamaron
vestimenta. Tal palabra se me hizo extrañamente familiar y cuando más tarde me
contaron lo que buscaban los exteriores con su abrupta incursión, entendí por
qué.
Siris era el paris más anciano de la comunidad, se
comportaba como un padre para todos, incluida yo misma, pese a ser la última
integrante de su pueblo.
—Quizá vuelvan, quizá no... depende de lo que tú
significaras para ellos.
Yo no quería darme por aludida, quería pensar que Siris
no hablaba de mí en relación con los exteriores. No era una ingenua, sólo
deseaba negar ciertos detalles sobre mi pasado que ya había leído en los
rostros de los exteriores. Quería decir que yo no significaba nada para los
exteriores, porque yo era humana como todos los paris e invisible para todos
los que bajaban de los pájaros de metal. Pero no me salían las palabras de
manera alguna y menos de la forma natural en las que deseaba formularlas para
que todos los paris me creyeran. Era imposible
Por supuesto Siris conocía el motivo de mi silencio y de
mi rostro de completa negación. Todos los paris lo sabían, pero eran demasiado
respetuosos para dañarme señalando lo evidente. Siris determinó que yo era la
única que no asumía mi propia naturaleza. Por eso me tomó de la mano y me llevó
al interior del Bosque. Siempre me sentía extraña cuando su pequeña mano negra
y de solo tres dedos me tomaba y me arrastraba a seguir a su dueño. Mi mano
pálida, más grande y con cinco largos dedos no podía imponerse por la fuerza al
agarre tierno de la de Siris.
Andamos un buen rato, hacia el interior del Bosque,
alejándonos de los otros paris y del centro de su comunidad. Sólo cuando
llegamos a una parte desconocida empecé a sentir miedo. Mi terror no venía de
que la zona hasta la que caminábamos se me antojaba como extraña, sino porque
sabía que iba a toparme con algo que sí iba a ser reconocido por mí y no
deseaba volver a reencontrarlo.
El pájaro de metal estaba casi enterrado en aquel
pantano, pero se hacía imposible no admitir lo que era. El óxido que comía su
estructura y toda la vegetación no eran suficientes para esconderlo.
—Tú viniste en él—dijo Siris sin necesidad de señalar a
aquel derrotado montón de chatarra.
—Cuando te encontré estabas casi muerta. De alguna manera
habías conseguido salir de tu nave, yacías herida. Llamé a otros paris para
transportarte a nuestra comarca. No fue un trabajo fácil, no sólo porque tu
enorme cuerpo nos resultaba pesado, sino porque los paris que me acompañaban no
creían que aquello fuera una buena idea. Tenían miedo de ti, una exterior.
Decían que lo mejor era dejarme morir allí. La primera vez que despertaste tras
curarte me di cuenta de que ellos tenían razón: debía haberte dejado morir.
Eras una bestia salvaje, no eras humana como somos los paris. Así que hice lo
único que podía hacer, más allá de matarte. Con ayuda de otros paris curanderos
borré de tu mente tu historia, lo que habías sido hasta ese momento. Hoy, tras
comprobar tu desconcierto al observar la incursión de los exteriores, soy
consciente de que cometí contra ti un crimen, casi mayor que el haberte dejado
morir al lado de tu nave...
—Te equivocas, Siris, me hiciste humana, no sé lo que era
antes, ni deseo saberlo.
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