Capítulo uno de Samidak

lunes, 4 de mayo de 2015

Como os comenté hace unos días en la entrada donde publiqué el prólogo de mi libro, Azul, el poder de un nombre. Samidak, cada mes hasta llegar a octubre, cuando al fin salga el libro a la venta, iré publicando un capítulo como aperitivo (el prólogo y seis capítulos de adelanto en total). Creo que es una adecuada carta de presentación de mi novela, espero que os guste...



CAPÍTULO 1. UN ENCUENTRO INESPERADO

El templo de Volvariak bullía especialmente aquella mañana, era el primero de los tres días que las sacerdotisas de la diosa Alivisiar habían establecido para su ciclo anual de Revelaciones. Tres únicas jornadas para recibir a miles de madres llegadas de todos los rincones del Imperio Cthulkug deseosas porque las sacerdotisas bendijeran a sus bebés con la gracia de la diosa y vaticinaran su futuro, aquel que les marcaría el porvenir dentro del Imperio.
Muchos veneraban a la diosa Alivisiar, deidad guardiana del germen de la vida y madre de Justfark, dios de la guerra. Meridiar era una de las madres que aguardaban pacientes a que el templo abriera sus puertas aquella mañana, con su pequeño en brazos. Un varón destinado a dirigir uno de los clanes más poderosos del Imperio, el clan Arkenus, que regía el planeta del mismo nombre, un clan de la estirpe de los synápsides. Dentro de la raza reptiloide de los cthulkugs, los synápsides eran los más fuertes, porque combinaban a la perfección ferocidad e inteligencia, a diferencia de los saurópsides más salvajes y bestiales incluso en su apariencia. Los synápsides no apreciaban la crueldad que dominaban los clanes saurópsides, aunque estaban lejos de abrazar la mansedumbre de la otra estirpe cthulkugs, los más pacíficos anápsides.
Meridiar contempló a su pequeño hijo, envuelto en el faldón azul y negro ceremonial. Era un bebé precioso y ella estaba orgullosa de que así fuera, de que hubiera nacido perfectamente y poseyera una fuerte constitución.
Antes de que el pequeño viniera al mundo, Meridiar había tenido que aguantar las burlas y el desprecio de muchos de los de su clan, incluidas las otras hembras que antes que ella le habían intentado dar un heredero varón al señor del clan. Sólo una había concebido un vástago, pero había nacido hembra y no podía considerársela heredera del trono del clan por tal condición. Tras los intentos frustrados de conseguir un sucesor, el jefe, cuyo nombre era el mismo del clan que dirigía, escuchó los designios de su chamán y tomó como nueva pareja a Meridiar, una joven synápside de baja alcurnia.
Meridiar no pertenecía por línea directa al clan, sólo la vinculaba el hecho de que su padre fuera hélipe del mismo. Como hélipe era siervo y entregaba su honor y su existencia al destino que su señor le deparara. Las lenguas más crueles dentro de los estratos superiores de la tribu, afirmaban que Meridiar albergaba sangre anápside en sus venas y por eso era una joven enfermiza, soñadora y demasiado sentimental. No parecía la hembra adecuada para concebir al nuevo señor Arkenus, aquel que velara por el futuro del clan. Sin embargo, Meridiar, contradiciendo las injurias de cuantos la rodeaban, cumplió los designios del chamán y concibió un hijo varón. Aquel que ese día recibiría la aprobación de la diosa Alivisiar.
Como futuro líder de un clan fuerte, el niño, además, tendría el privilegio de recibir la Revelación de manos de la sacerdotisa matriarca, cabeza visible del templo. La matriarca esperaba a Meridiar erguida ante una pequeña pira sagrada de una llama celeste intensa. Vestía la tradicional clámide aceitunada con capucha y sobre ésta lucía la diadema rubí que la coronaba como gran sacerdotisa.
-Acércate, avanza hasta mí con tu pequeño.- pidió la matriarca a Meridiar que no podía dejar de sentirse amedrentada ante el halo etéreo que envolvía a la sacerdotisa. Pero Meridiar no se permitía vacilar ante nadie, ni ante la misma diosa Alivisiar si se le apareciera en ese instante. Mucho era lo que había padecido hasta tener a su hijo entre sus brazos, haría cualquier cosa por él, su valor le pertenecía. Meridiar subió el tramo de escaleras de mármol gris que le conducían hasta la sacerdotisa y en cuanto estuvo ante ella le entregó a su bebé para que ésta le examinara.
-¿Cuál es su nombre?- le preguntó la matriarca.
-Ahora responde a Meridiarus, pues Meridiar es mi nombre y él es hijo mío. Pero cuando suceda a su padre en el cargo su nombre será Arkenus, el mismo que todo aquel que rige su clan.- respondió Meridiar  henchida de orgullo.
-El clan Arkenus es uno de los mejores de nuestro glorioso Imperio, no es de extrañar que te enorgullezcas de ser la madre de su futuro líder.- entonces la sacerdotisa alzó en alto con ambos brazos al pequeño ante la llama celeste de la pira sagrada. La sacerdotisa se sorprendió por la manera inusual con la que la llama crepitó y creció saludando al pequeño, era la primera vez que veía una Revelación tan eminente. Meridiar, a la espalda de la sacerdotisa, esperaba impaciente a que ésta formulara el juicio sobre cómo habría de ser el porvenir de su hijo. La matriarca aún estuvo un buen rato contemplando el majestuoso baile de la llama, fascinada por el mensaje de ésta. Cuando se giró para devolver al pequeño a los brazos de su madre, Meridiar se atrevió a encararse a la matriarca y la miró directamente a los ojos. La matriarca estaba acostumbrada a enmascarar sus pensamientos y aún así Meridiar acertó a ver en las pupilas de ésta una extraña conmoción que la asustó:
- Mi pequeño, ¿está bien?, ¿crecerá bendecido por el favor de Alivisiar?- se precipitó a preguntar presa de la inquietud y sin poder aguardar el dictamen de la matriarca.
-Tu hijo será un grandioso cthulkug, un gran líder guerrero... Pero en el futuro estará vinculado a un dios que no es de los nuestros, no es cthulkug, será su ferviente paladín.- la sacerdotisa pronunció estas últimas palabras en un susurro velado, como si descubriera una herejía. Aunque Meridiar no quiso verse afectada por ellas y sólo aceptó dar por válida la primera parte de la Revelación, su hijo sería un grandioso cthulkug.

-----------


Antirios había sido el último planeta en entrar a formar parte de la Federación de Planetas, una organización que agrupaba a cientos de mundos dispares bajo los auspicios de Irinia y la Tierra, primeros miembros fundadores de la Federación. Cada planeta que formaba parte de dicho orden disponía de una autonomía gubernamental, aunque todos los socios del sistema federativo debían legislarse con una política democrática y un canciller al mando que, desde su presidencia, respondiera directamente al gobierno global de la Federación.
Este gobierno global estaba regido por el Rau, primer canciller de toda la Federación, siempre auxiliado por el primordial cuerpo de cónsules federativos. Dicho cuerpo diplomático siempre contaba con el apoyo de la Flota federativa, encargada de salvaguardar la seguridad de todo el espacio de la Federación y sus fronteras. Si bien hacía mucho que la Federación no se encontraba en guerra abierta contra enemigo alguno, la raza reptiliana del Imperio Cthulkug estaba formada por unos seres muy beligerantes, grandes amantes de los combates. El otro gran territorio contrario a la Federación, el Imperio Pélago, era menos dado a levantar rencillas contra los federativos. Se mantenían al margen de todo y de todos, sin deseo alguno de estrechar lazos de amistad con ningún otro territorio ajeno a su imperio.
Antirios no era un planeta de gran tamaño, pero sus habitantes tenían una forma de comunicarse poco común dentro de la Federación, eran seres telepáticos y no permitían ningún tipo de notificación sonora en su mundo. Hacía mucho tiempo que habían rechazado cualquier tipo de sonido en su vida cotidiana.
Su planeta estaba recubierto por una barrera artificial que lo insonorizaba todo. Pese a su capacidad telepática extraordinaria, los antirianos se caracterizaban por ser una raza fría y prácticamente carente de empatía. Un pueblo egocéntrico, que no pensaba en el  bien común de toda la Federación. Si habían aceptado la alianza con ésta era para mantener aislados a sus vecinos del planeta Leónidas, para que éstos fueran clasificados como planeta secundario dentro del orden federativo. Por su parte la Federación se beneficiaba de los suministros de sal verde que los antirianos les ofrecían a cambio.
Los antirianos eran antropomórficos, poseían una figura de una altura considerable, sumamente estilizada. Sus cuerpos se presentaban como poco agraciados en comparación con los de los irinios, ya que poseían una constitución excasamente carnosa que junto con una piel blanca y traslúcida les hacía parecer auténticos esqueletos andantes alejados de las formas humanas.
Kritias Sabas sentía especial animadversión hacia los antirianos, no por su aspecto físico, sino por su particular carácter egoísta e insensible. Pero era de los pocos cónsules de la Federación que podía adentrarse en Antiros y solucionar cualquier conflicto que estos demandaran. El más adecuado para comunicarse con aquella raza, porque, al igual que ellos, Kritias era capaz de leer mentes y hablar a través de la suya. La Federación le había seleccionado entre otros numerosos eminentes irinios cuando sólo era un adolescente. Invirtieron mucho tiempo en formar adecuadamente su privilegiado cerebro, y conseguir de Kritias un ser telepático completo, capaz no sólo de comunicarse con seres como los antirianos, sino también de, mientras lo hacía, esconder en un oscuro rincón de su mente sus propios pensamientos. Como figura diplomática no parecía adecuado que los antirianos leyeran en la mente de Kritias secretos federativos o que alguna de las propias opiniones del cónsul les ofendieran.
Pese a su capacidad para leer los pensamientos de otros, Kritias Sabas era un hombre muy íntegro y jamás se adentraba en la mente de nadie sin consentimiento previo, ni siquiera en la de su mujer. Para él, aquel poder exigía una gran moralidad y aunque al principio le había parecido una bendición, hacía tiempo que lo venía viendo como una maldición. Y en gran parte eso se debía a que cada vez se sentía menos de acuerdo con las políticas internas de la Federación, cada vez aborrecía más su trabajo como cónsul federativo. Especialmente cuando le tocaba atender los asuntos de razas como los antirianos, como la misión que le acababan de asignar.
La nave consular Concordia le había trasladado hasta el punto del espacio antiriano fijado para su recogida. Hasta el muelle de atraque de la Concordia llegó la pequeña nave de transporte antiriana que se encargaría de llevar a Kritias Sabas hasta el Ministerio Mayor de Antirios donde el cónsul sería informado de la crisis que requería de su experiencia. De la nave antiriana descendieron dos oficiales ataviados con las características armaduras aislantes que les incomunicaban de los molestos sonidos que les rodeaban.
Por su parte, Kritias Sabas se  había puesto sobre su tradicional traje consular de chaqueta y pantalón azul, su abrigo de cuello alto. No cometería el error de la última vez, cuando olvidó ponerse una prenda térmica como aquella para mantenerse fresco, alejado del calor pegajoso que con tanto placer soportaban los antirianos en su planeta. Era un abrigo largo de tonos naranjas con doble fila de botones hasta más abajo de las rodillas. A Kritias le encantaba aquel exceso de botones dorados que a otros parecían molestar. Y sobre todo le gustaba saber que aquel era un regalo de su esposa Boreal. Ella misma se lo había confeccionado comprando tela térmico-psíquica. Una tela muy especial y exquisita, pues además de su suave tacto, proporcionaba a su usuario el disfrute de la temperatura corporal que más deseara en cada momento.
Un material muy escaso, pero su mujer lo había conseguido gracias a sus amigos del planeta Berintia. Boreal había estado a punto de ingresar en la sagrada Orden de las Consejeras Doradas y eso conllevaba ventajas y un nutrido grupo de contactos. Kritias le había pedido a su esposa que le cosiera bajo el hombro derecho la insignia propia de los cónsules federativos. Aquella formada por una pirámide dibujada en tres dimensiones y en cuyo interior gravitaban tres óvalos de tamaño menor a mayor. Aquello representaba la sabiduría celestial y eterna que en la antigüedad se les atribuía a los cónsules cuando tenían un estatus más religioso.
Eran los primeros tiempos de la Federación, en los que los padres fundadores Apolonia de Irinia y Gorga Belluci dieron forma a la organización de planetas, que había evolucionado tanto. Aunque era un símbolo antiguo, los cónsules aún lo lucían en sus ropas cuando desempeñaban su cargo. Kritias Sabas se sentía nostálgico recordando esas épocas remotas, le hacían añorar los principios más morales y nobles que soportaron los pilares del nacimiento de la Federación. Ahora esos pilares se le antojaban más injustos y desatinados.
Kritias no se molestó en cruzar más que un frío saludo con los dos oficiales antirianos encargados de su transporte, sabía que no merecía la pena entablar la más mínima conversación mental, pues aquellos hombres se limitarían a conducirlo hasta su planeta, si sabían algo más allá de su mero transporte no se molestarían en comentárselo. Kritias conocía demasiado el carácter celosamente hermético de los antirianos y su naturaleza poco comunicativa. El cónsul tendría que conformarse con ser informado de la índole de la misión por la que había sido requerido cuando llegara al Ministerio Mayor antiriano.
El traslado fue rápido, aunque Kritias no pudo sentirse cómodo en la nave de transporte antiriana, con sus asientos excesivamente duros y angulosos, tan poco confortables, diseñados atendiendo a las enjutas formas antirianas. La nave atracó en el puerto y desde allí Kritias fue conducido por otros oficiales antirianos hasta la sede central de su gobierno, el Ministerio Mayor.
Durante su traslado el cónsul federativo no se preocupó en recrearse en el paisaje antiriano, puesto que sabía que aquello se le antojaba imposible. Antirios era un planeta de una estética fea y poco lustrosa, un astro pródigo en desiertos de sal verde, y con pocos focos de auténtica vegetación. Su superficie era apenas rocosa y las formaciones de agua se reducían a los territorios habitados. Estos territorios, simples urbes saturadas por masificadas poblaciones de antirianos que se comportaban como si fueran colonias de insectos. No podía esperarse que existiera armonía o belleza alguna en sus edificaciones, que se limitaban a ser pragmáticas y de una frialdad sólo sobrellevada por los antirianos y su sociedad colmena.
Un amarillo pálido era el color preponderante en sus construcciones arquitectónicas, por las que la masa de antirianos se movían en ordenadas filas a un ritmo marcial carente de gracia. La libertad individual no primaba sobre el desarrollo de aquella sociedad como conjunto. En nada se parecía aquel lugar a Tarinia, la capital de Irinia y la ciudad de origen de Kritias. Una urbe tan llena de vida, color y rodeada de escenarios de auténtica naturaleza virgen.
Kritias llenó su mente de recuerdos agradables de momentos compartidos con su mujer a fin de relajar su mente durante el breve viaje hasta el Ministerio Mayor, sabedor de que necesitaba mantener fresco su cerebro para el esfuerzo extra que sería comunicarse telepáticamente con los antirianos y solucionar la pequeña crisis, por el momento desconocida para Kritias, por la que habían requerido de sus servicios diplomáticos.
Una vez en el Ministerio y hasta llegar a la sala principal de aquel frío edificio, ningún antiriano de cuantos se cruzó le dedico ni el más mínimo pensamiento en forma de saludo. Entre otros defectos, los antirianos no se caracterizaban por ser hospitalarios. Ante tal gélido trato, la sequedad de los dos ministros que le esperaban en la sala de visitas le pareció acogedora. Al menos esos dos antirianos se molestaron en saludarle y presentarse mínimamente:
-Soy el ministro Nya y me acompaña el también ministro Dena.- los nombres se dibujaron con claridad a través de las ondas telepáticas, en el cerebro de Kritias. No sabía muy bien si trataba con criaturas femeninas o masculinas, nunca lo sabía cuando se encontraba con antirianos. Su forma de vestir tampoco presuponía nada, todos, al margen de los oficiales de su ejército, iban ataviados con esas enormes y anchas túnicas de un azul pálido cercano al gris. Kritias camufló ese pensamiento lo más rápido que pudo y dibujo en su mente su propio nombre. Los penetrantes ojos de los ministros antirianos le taladraron considerando su tardanza en responder un tanto ofensiva y poco adecuada a un cónsul.
-Cuando antes haga su trabajo y se vaya, mejor.- le comunicó el que se hacía llamar Dena.
- No sé qué he venido a hacer aquí, nadie me ha explicado nada.- comunicó, ahora con gran rapidez, Kritias escondiendo cualquier emoción de descontento por estar allí y por considerar el trato antiriano tan poco elegante.
-Es urgente, no puede perturbar más nuestro mundo un estruendo como ese. Síganos y se lo mostraremos.- Kritias se sentía confundido, no tenía ni idea de a qué se referían los ministros. Un sonido que se les hacía insoportable, se preguntó qué tipo de ruido sería ese y, sobre todo, de dónde vendría en un mundo como el antiriano privado de cualquier percepción sonora. Kritias estaba sumamente intrigado y expectante. Sin duda se trataba de un ruido ajeno a la cultura antiriana y aquella raza maniática se había molestado en solicitar a un cónsul a la Federación para que se ocupara de detenerlo.
Kritias no paraba de cuestionarse sobre la imposibilidad, a priori, de atrapar un sonido y llevarlo lejos. Cabía la probabilidad de que sólo esperaran de él que se ocupara de llevarse lejos al causante del estruendo, fuera lo que fuera o quién fuera. El cónsul no podía dejar de admitir que aquella intriga cobraba cierto grado de interés e incluso comicidad. Kritias lo pensó sin molestarse en disfrazar la idea y Dena le miró con reproche.
Tras caminar cinco minutos apresuradamente con Kritias detrás, los antirianos se detuvieron ante la puerta de una estancia. No parecía una habitación especial, era exactamente igual que las otras estancias blancas y asépticas por las que acababan de pasar. Pero nada más pararse ante ella, Kritias fue capaz de captar que la habitación contaba con medidas extras de insonorización y aún así podía escucharse un runrún continuo y una mente muy joven, pero poderosa que estaba encerrada en el cuarto. Kritias aún era incapaz de identificar aquel sonido.
-Apareció sin más.- comentó Nya.- Lo encontraron los operarios del desierto ocho hace unos días. No había rastro alguno de transporte. No sabemos cómo llegó hasta allí, ni quién lo trajo.
-Seguro que fueron los despreciables leónidas.- comentó Dena.
-Por lo que sabemos no es de naturaleza leónida.- terció Nya.- Parece humano, es por ello que hemos contactado con la Federación. Nosotros no podemos ocuparnos de algo así, ha de llevárselo enseguida con usted, es demasiado escandaloso.- cuando al fin abrieron la puerta, los antirianos se apartaron molestos por el ruido y dejaron paso a Kritias. El cónsul enseguida fue capaz de identificar aquel sonido, era el claro llanto de un bebé. Desconcertado, se acercó más al pequeño bulto que los antirianos habían dejado en un rincón del acolchado suelo. Estaba envuelto en una sábana de raso azul muy intenso. En cuanto estuvo a su altura, se agachó y le cogió en brazos. No había duda, era un bebé y parecía humano. Kritias verificó al momento que se trataba de una niña. La pequeña dejó de llorar en cuanto el cónsul la abrazó. El bebé abrió entonces sus ojos, para mirar fijamente a Kritias, eran de un profundo color azul. El cónsul sintió una inmensa sensación de bienestar y, rompiendo todas las reglas de la educación con los antirianos, dijo en voz alta y sin expresarlo a través de sus pensamientos:
-En días como éste, adoro mi trabajo.


---------------

-Su ADN no es completamente humano.- afirmó el doctor Dorian Refrin ante las demandas de su amigo Kritias Sabas. El cónsul había tomado la decisión de recoger al perdido bebé y trasladarlo en la Concordia hasta Tarinia desde Antirios. Una decisión que los antirianos habían aplaudido, nada deseaban más que librarse de esa extraña niña, que había surgido aparentemente de la nada en medio de su territorio. Ajena a ellos, demasiado ruidosa y mal acogida, teniendo en cuenta la nula hospitalidad de la sociedad antiriana. A Kritias le había parecido la decisión más correcta, lógica y sencilla. Pero los primeros exámenes del bebé a bordo de la Concordia habían desvelado unos datos que, lejos de revelar el desconocido origen de la niña, lo tornaban en más misterioso aún. Parecía un bebé humano en apariencia, una niña totalmente normal. Sin embargo no era así.
- Sí, ya lo sé Dorian. Los oficiales médicos de la Concordia me lo comunicaron en los análisis previos. Pero si he venido hasta aquí a verte hoy era con la esperanza de que me contaras algo nuevo y revelador sobre Azul.- respondió Kritias. Los médicos de la Concordia habían bautizado al bebé con el nombre de Azul, inspirados por sus radiantes ojos de ese color. Un nombre provisional a la espera de conocer la verdadera procedencia de la niña y encontrar a sus progenitores. Kritias había usado el nombre de Azul mentalmente cuando la tomaba en brazos en su viaje hasta Tarinia. Había comprobado que a la niña le gustaba ser llamada así, su empatía se lo hacía saber.
-Kritias, lo que voy a contarte es información reservada, el expediente de Azul ha sido declarado secreto y nada de lo que incluye debe salir de momento de la Unidad Médica Central en la que nos encontramos. Sólo unos pocos tenemos acceso a su expediente, son órdenes directas del canciller y cónsul global Príamo Walser.- al mencionar el nombre de aquella alta autoridad de Irinia, Kritias no disimuló un gesto de descontento.
-Dorian, como gran amigo mío, no quiero ponerte en ningún compromiso. Pero es evidente que no he venido hasta tu despacho sólo a tomar té contigo. Sabes que no tengo por costumbre visitarte en calidad de amigo entre las paredes frías de estas dependencias.- Mientras se expresaba así, Kritias alargaba ambos brazos a sus lados acompañando sus palabras.
El cónsul no se sentía nunca a gusto en el gran edificio de la Unidad Médica Central de Tarinia. Un complejo inmenso dedicado a todo tipo de investigaciones médicas en su mayor parte, aunque también disponía de un enorme bloque hospitalario que daba cabida a pacientes de todos los rincones de la Federación. Kritias, como persona de prominente empatía, no solía disfrutar entre los muros de un edificio que albergaba tantas emociones y padecimientos. Y, afortunadamente para él, el despacho del doctor Dorian Refrin estaba en el ala dedicada a la investigación y alejada de los enfermos. Una oficina subterránea, lejos de la relajante claridad de la luz de Tarinia, situada en el centro de una intrincada y laberíntica estructura de pasillos reservados y hasta los que sólo se podía llegar con una autorización. No se admitían visitas y si Kritias había llegado hasta allí era gracias a su cargo de cónsul federativo y al permiso previo de Dorian Refrin, director médico de aquel sector.
-Sin embargo, Dorian, me preocupa mucho la niña, necesito saber cómo se encuentra, necesito saber si habéis descubierto más de su origen. Es sólo un bebé y yo me siento responsable de ella por haberla recogido en Antirios y traído hasta aquí.- dijo Kritias con la inquietud tomando su voz.
-La niña está bien, ella está perfectamente. Pero no sabemos nada nuevo sobre su procedencia, nada que aclare cuál es su planeta de origen, ni quiénes puedan ser sus padres. De hecho, como he recalcado, la mitad de su ADN es totalmente desconocido, no hay en todo este universo un registro igual. Por increíble que parezca ese bebé es una especie nueva de no sabemos dónde.
-Pero eso no tiene sentido, su apariencia es humana, ¿cómo puede poseer una naturaleza irreconocible? Tiene que proceder de algún lugar de este universo.
-Kritias, por absurdo que te parezca, la realidad es esa. Azul no puede ser catalogada en ninguna raza de este universo, no en su totalidad. Es ajena a todo cuanto conocemos, al menos una parte de ella. ¿Por qué crees que su expediente ha sido declarado secreto? Todas las pruebas que le hemos hecho lo afirman y te aseguro que han sido muchas y repetidas.- Dorian expresó estas últimas palabras con cierta amargura. El doctor no era partidario de someter a tantos exámenes a un simple bebé, pero se veía forzado por las circunstancias y las órdenes del canciller Príamo Walser.
-Pero Dorian, ¿me estás diciendo que Azul no es de este universo? ¿acaso estás insinuando que procede de otro?- replicó Kritias sorprendido.
-Amigo mío, sabes que la teoría de los multiversos o los universos paralelos no es aceptada por nuestros científicos, formularla solo es una insensatez...- Dorian dejó de mirar a la cara de Kritias para mirarse las manos, vacilando ante sus propios pensamientos.- Sin embargo, he tenido entre mis manos a esa niña y he sentido algo desconocido al hacerlo. Te parecerá absurdo, todo un médico como yo, cargado de lógica y raciocinio hablándote de esta forma.- Kritias miró a su amigo con afecto. Pese a ser unos años mayor que él, Dorian siempre aparentaba ser más joven. El doctor no había tenido que asumir en su vida laboral tantas preocupaciones como las propias de un cónsul. El pelo rubio de sus cabellos y su bigote, tan característico en los irinios, lucía menos apagado que el de Kritias. Y el color miel de sus ojos, se le antojaba al cónsul más intenso. Ante su presencia, Kritias se sentía siempre menos atractivo y más desmejorado. Aunque aquel día, la nube de desasosiego que albergaba Dorian le daba un demacrado aspecto.
-He de confesarte que yo sentí lo mismo en cuanto la tomé en brazos la primera vez. Creo que esa niña es un ser muy especial, su mente así me lo hizo ver de manera inconsciente. Me preocupan cuáles son los planes que la Federación tiene para ella.- comentó Kritias certificando la misma preocupación que compartía con Dorian.
-Yo me ofrecí a cuidarla como padre adoptivo y tutor. Sé que también Boreal hubiera disfrutado ejerciendo de madre.- Kritias no disimuló un deje de melancolía en su voz. Su mujer hubiera deseado haber podido tener algún hijo, pero no le había sido posible. Su naturaleza varsergerk no había sido propicia a ninguno de los métodos de reproducción artificial que probaron tras fracasar con los métodos naturales.- Sin embargo, se me ha negado la posibilidad de adoptar a Azul. Al parecer la Federación pretende de momento criarla en un orfanato. Creen que es lo mejor para ella y lo menos peligroso para salvaguardar la seguridad de la Federación. Temen estar expuestos a algún tipo de mal por su simple existencia. Imagino que les aterra la idea de que realmente ese bebé proceda de otro universo. La Federación ya bastantes problemas tiene con manejar las crisis diplomáticas en el interior de sus territorios como para pensar en otros mundos paralelos. Este universo nuestro rebosa de focos de conflictos. Como cónsul federativo me da dolor de cabeza asumir la posibilidad de los multiversos, pero esa niña perdida no tiene porqué pagar nuestros temores y recelos. Es sólo un bebé, tiene derecho a un entorno tranquilo y agradable hasta que demos con sus verdaderos padres. Me siento mal permitiendo que la Federación la vaya a recluir en un orfanato.
-Me temo, Kritias, que nada podemos hacer al respecto. La Federación no puede permitirse el lujo de dar por válida la teoría de los multiversos, nuestro equilibrio político no es tan fuerte como para que los ciudadanos crean que existen otros mundos más allá de los declarados. La Federación está imposibilitada para controlar más colonias fuera de sus fronteras, si la gente decidiera ir a esos otros mundos por conocer, nuestro gobierno perdería fuerza. Tenemos muy cerca al belicoso Imperio Cthulkug como para debilitarnos. La paz que gozamos es voluble, los cthulkugs podrían volver a declararnos una guerra si bajamos nuestras defensas.
-Amigo mío, como cónsul federativo te aseguro que me preocupa más que a ti la inestabilidad de nuestro universo, pero no creo que sea justo pagarlo con una simple niña...- objetó Kritias.
-El problema es que ella no es una simple niña. Las pruebas lo demuestran. No son sólo las irregularidades en su ADN, además Azul posee una fuerza física muy superior a la de un ser humano normal, así como mejores reflejos y velocidad de respuesta. Y no tengo que decirte, porque ya lo has notado que su inteligencia es superior a la media. Lo siento Kritias, tanto como tú, pero me temo que la niña está condenada por su propia y extraña naturaleza, más allá de que pueda ser la prueba viva de otros universos.
-No, eso no es verdad, está condenada por nosotros, por la Federación y su política timorata que no puede responder con firmeza ante lo desconocido y prefieren esconderlo. No se atreven a darle una oportunidad, a tratarla como una niña normal. La ven como una amenaza. En cuanto llegué a Tarinia con ella así me lo hizo ver mi supervisor jefe Tirinión. Me reprendió por haber traído a la niña al centro de la Federación, dejó en evidencia mi juicio y criticó mi decisión. Bajo su punto de vista, la niña bien podría ser una espía o algo peor destinada a socavar los pilares de la Federación. Pero para mí es sólo un bebé extraviado que ha tenido la mala suerte de caer en suelo antiriano. Sinceramente, creo que fue acertado sacarla de ese maldito planeta, los antirianos hubieran sido capaces de dejarla perecer si yo no hubiera acudido a recogerla. Así que volvería a obrar tal como obre, aún sabiendo todo lo que afirmas sobre su inusual naturaleza.
-Kritias, yo tampoco comparto los juicios de los altos cargos, sólo trato de entenderlos. Desearía que el destino de la niña fuera otro, pero no es así... sé que no es justo.
-La política federativa dejó hace mucho de moverse por principios justos, prefieren otros intereses más materiales, me temo. Ayer tuve una entrevista con Príamo Walser.- Dorian miró a su amigo con renovado asombro.- No me mires así, te juro que yo no solicité semejante audiencia, fui obligado a comparecer ante él para explicarle en persona todos los detalles de mi viaje a Antirios. Como puedes suponer nuestro querido canciller y cónsul global es el primero que quiere esconder la existencia de Azul, imagino que no desea ni plantearse la posibilidad de otros mundos, o cualquier otro problema grave. Así que no estaba nada contento con que mi embajada de Antirios culminara con el transporte de Azul hasta aquí. Como premio a mi poco acertado trabajo he sido destinado al planeta Verbace, para ejercer allí el puesto permanente de cónsul federativo.- el tomo amargo de Kritias era más que palpable.
-¿Verbace? Pero eso está muy alejado de Tarinia, pertenece a un sistema ajeno al nuestro. Además, Verbace es un planetoide de escaso interés, sólo es un centro de vacaciones y recreo para turistas. Su territorio se reduce, prácticamente, a su capital dedicada al ocio. ¿Cómo puede ser un cónsul de tu valía útil allí?- replicó Dorian dejando que la indignación le invadiera.
-No creo que la Federación precise ya mi valía, la utilidad es irrelevante, Verbace es sólo un destierro que he de asumir por lo que ellos ven como un error.- a Kritias se le quebró la voz con sus últimas palabras.
-¿Y Boreal? ¿Qué opina de vuestro traslado?- preguntó Dorian preocupado por la mujer del cónsul, puesto que ésta era gran amante de Tarinia y sabía lo mucho que le afectaría verse privada de su entorno.
-Como puedes suponer, no es algo que le haga feliz.- Kritias no fue capaz de dar más explicaciones ante Dorian. Durante un lapso de tiempo un silencio de aprecio y compresión se instaló entre los dos amigos y ninguno de ellos añadió nada. El tema era demasiado doloroso para ambos. Sólo al cabo de un rato, Kritias, como despertando de su silencio sagrado, habló:
-Dorian, quiero pedirte un favor más respecto a Azul. Desearía poder verla una última vez para despedirme de ella.- Dorian le miró con la duda asomando en sus ojos. Azul estaba confinada en una pequeña habitación secreta y nadie podía visitarla. Aún así, Dorian no podía dejar de concederle a su amigo aquel favor, se saltaría los protocolos de seguridad por él.
- No debería hacerlo, pero no me atrevo a negártelo, así que ven conmigo.- Kritias acompañó a Dorian a través de varios elevadores y pasillos mecánicos. Ambos se internaron en lo más profundo de la Unidad Médica. Aquel recinto con su conjunto de laberintos desconocidos se le hizo más siniestro y menos apropiado para albergar un bebé. La habitación matrona que ocupaba Azul carecía de un ambiente cálido y acogedor propicio. A parte de los asistentes sanitarios, en la habitación lo único que había era una cuna sanitaria de aséptico metal, en la que Azul dormía. De los dos enfermeros, uno era un joven irinio y el otro una mujer zahiriana, Kritias no dudó en clasificarla como tal en cuanto vio el brazalete vital que la ciborg llevaba en su muñeca izquierda. Los dos sanitarios se mostraron sorprendidos ante la presencia de Kritias.
-Está todo bien.- terció Dorian antes de que los enfermeros se violentaran por la presencia del cónsul.- Se trata de Kritias Sabas. Él fue el cónsul que encontró a la niña y la trajo aquí desde Antirios.- Ante semejantes palabras, el sanitario irinio se relajó visiblemente, no así la asistente zahiriana que continuó examinando al cónsul con una sobrecarga de recelo en su mirada. Kritias prefirió no darle más importancia de la debida, consciente de la rigidez de la cultura zahiriana, siempre dispuesta a acatar la orden de un superior sin cuestionarla lo más mínimo y sin ningún tipo de excepción. Si el mando le había dicho que aquella habitación era zona secreta, como cabría esperar, resultaba obvio que su lógica innata le hiciera cuestionarse la visita de Kritias Sabas.
El cónsul se acercó a la cuna donde dormía Azul. La miró, no con la curiosidad médica con la que la observaban los oficiales de aquel lugar. La contempló como el que mira a su propio bebé, sabiendo lo especial que era. Allí estaba sola, desvalida, tan necesitada de cariño y abandonada a su suerte. El propio Kritias sintió que el mismo la estaba abandonando, dejándola allí, como a un animal de laboratorio. Alargó su brazo con la intención de rozar su cabecita con los dedos.
Entonces Azul abrió los ojos, se despertó en ese mismo instante. Kritias tuvo la certeza de que lo hacía sólo para verle a él, porque él venía a despedirse de ella. La niña le sonrió, emitiendo a la vez un alegre balbuceo. Kritias no pudo responderle con una sonrisa, sintió que se le quebraba el espíritu. Deseaba tomarla en sus brazos y escapar con ella, salvarla de todo lo que la Federación le tuviera preparado. Fuera lo que fuera, Kritias tenía la convicción de que no era la vida que merecía un bebé como aquel. Tembló de impotencia. Dejó que la niña apretara despreocupada uno de sus dedos con su manita derecha:
-¡Adiós, pequeña!- se despidió de ella sin querer alargar más el momento. Sintió en su mente como la niña le decía también adiós, comprendiéndolo todo desde su diminuta existencia. El cónsul se sintió culpable de no poder salvarla de todo aquello, de no poder cuidarla personalmente. Sabía que era una culpa que lamentaría siempre, como sabía que volvería a encontrarse con aquella singular criatura, aunque tuviera que esperar mucho tiempo para ello.


4 comentarios:

  1. ¡Hola, Begoña!
    Me ha encantado. :)
    ¡Buen trabajo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola, Ruth! Muchas gracias. Espero que te siga gustando mi novela, Besos

      Eliminar
  2. Buenas Begoña,
    escribes genial. Un buen capítulo para una gran novela.
    Besos fuertes.

    Miguel.

    ResponderEliminar
  3. ¡Hola Miguel! Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya gustado. Si no leíste el prólogo ya publicado puedes hacerlo en el apartado Libros, Samidak. ¡Besos mil!

    ResponderEliminar

Post nuevo Post antiguo Home