CHUPETAS QUE NO SE ACABAN NUNCA (RELATO)

jueves, 29 de marzo de 2018


CHUPETAS QUE NO SE ACABAN NUNCA

por Begoña Pérez Ruiz





Tropezó con el puesto de golosinas según salía del Metro. No recordaba haber visto antes aquel peculiar tenderete ambulante repleto de llamativas piruletas de todos los colores. Aunque, más que aquellos vistosos dulces, lo que sobre todo le llamó la atención fue el cartel manuscrito en mayúscula que los anunciaba en el mismo kiosko:

CHUPETAS QUE NO SE ACABAN NUNCA

No era un buen día para ella y, sin embargo, aquello le despertó una sonrisa a medio camino entre el escepticismo más absoluto y la inocencia infantil.

—Imagino que con semejante publicidad ya habrá vendido un montón— comentó con cierta ironía dirigiéndose al vendedor. El hombre resultaba tan peculiar como su propio negocio. Vestía un mono elástico, de lunares azules sobre fondo blanco y totalmente ajustado al cuerpo, remarcando su constitución enjuta. Un ridículo sombrero negro de copa le servía más para tapar su calva, que para adornar una cabeza donde resaltaba un rostro nada hermoso. Se vio obligada a mirarle solo a los ojos, ante la falta de armonía de aquel semblante. Se reflejo en el tono anaranjado de unos iris que la miraban con una amabilidad infinita.

—En realidad no he vendido ninguna aún, ya sabe, en estos tiempos la gente es un tanto incrédula—. Su voz llegó a los oídos de ella como una caricia risueña, con el tono juvenil del que, sin embargo, parece haber vivido mil años. Ella se sintió confusa.

—Quiero comprar una, esta de color verde— lanzó las palabras sin atreverse a volver a mirar al vendedor a los ojos, pero movida por una verdadera necesidad.

—Usted no parece una persona crédula— ella hubiera deseado decirle que no lo era. Trabajaba como física teórica. Bueno, en realidad acababa de dejar de trabajar de ello hacía solo unas horas. Sus superiores en la universidad le comunicaron que la beca se le había acabado y que no había más dinero. Adiós a sus teorías sobre multiversos. Sin embargo, no dijo nada, mientras daba vueltas a la piruleta son sus dedos.

—¿Cuánto es?

—Para usted es gratis, parece que no haya tenido un buen día...— la certeza que imprimió aquel en una frase tan simple la alarmó.

—¿Por qué las llama chupetas y no piruletas? — preguntó, tratando de alejar una inquietud que no atinaba a comprender.

—En el mundo del que procedo, se las llama así—. Ella no añadió nada, incapaz de atreverse a preguntarle por ese mundo. Simplemente le dio las gracias con una sonrisa y se alejó.

Una semana más tarde, cuando por fin tuvo valor de volver al lugar donde descubrió accidentalmente aquel tenderete, no pudo dar con él. Llevaba en la boca su piruleta verde, aquella que aún no se le había gastado un ápice tras varios días consumiéndola. Y sobre todo traía en su mente una revelación sobre los mulviversos, la solución a su teoría que había llegado hasta ella mientras probaba la piruleta por primera vez.






¿QUÉ ERA YO ANTES DE SER HUMANA? (RELATO)





¿QUÉ ERA YO ANTES DE SER HUMANA?

por Begoña Pérez Ruiz




No puedes vernos, no si no eres humano. Ahora lo sé, porque mi historia me ha sido revelada. Soy humana porque ellos me hicieron humana, a cambio me arrebataron mi verdadera vida. Los exteriores pasaron a mi lado y no me vieron, porque soy humana y ante ellos soy imperceptible. Aun así, tuve miedo de estar tan cerca de los exteriores, una parte de mí quería tocarles y hacerles ver que yo existía, que estaba allí. Sé por qué esa parte de mí quería mostrarse…

No toqué a los exteriores, pudo más en mí el deseo de seguir siendo humana que la curiosidad por conocer mi pasado. Los paris me han hecho humana.

Los exteriores me parecieron hermosos, pero también aterradores. Caminaban por el Bosque Sagrado sin ningún respeto como si les perteneciera. Cuando se cruzó en su camino una hila zigzagueando en su característico movimiento, la desintegraron sin más. No se pararon a apreciar sus hermosas escamas moteadas. Uno de ellos sacó una extraña arma que emitió un rayo azulado y convirtió en polvo a la hila. Yo no grité, ni emití sonido alguno de sobresalto, porque los paris ya me habían advertido de algo así y me habían instruido para que no hiciera ningún ruido. Los humanos somos invisibles ante ellos, pero cualquier ruido nos puede delatar. El asesinato de la hila me causó más sorpresa que horror. No pude dejar de sentirme fascinada por la cruel belleza del rayo mortal.

Más que esa arma me aterraban los artilugios sensores que llevaban puestos. Intuía que aquellos podían descubrir mi presencia, por muy invisible que fuera para sus ojos. Por sus expresiones de desconcierto y sus conversaciones crispadas los aparatos debían indicar algo extraño, pero eran incapaces de comprender esos datos.

Los paris me contaron que siempre ocurría de la misma manera cuando los exteriores campaban por aquel mundo. Venían en grupos de varios, más o menos numerosos. Siempre salían escupidos de aquellas desconcertantes aves de metal que caían del cielo como depredadores avezados.

Cuando les vi creí que eran de metal, porque casi todo su cuerpo tenía un brillo plateado y solo sus rostros se asemejaban al mío, pese al frío fulgor de sus miradas. Los paris me sacaron de mi suposición más tarde, al marcharse los exteriores me indicaron que el brillo plateado que vestía el cuerpo de los exteriores no era su auténtica piel, sino una cosa que llamaron vestimenta. Tal palabra se me hizo extrañamente familiar y cuando más tarde me contaron lo que buscaban los exteriores con su abrupta incursión, entendí por qué.

Siris era el paris más anciano de la comunidad, se comportaba como un padre para todos, incluida yo misma, pese a ser la última integrante de su pueblo.

—Quizá vuelvan, quizá no... depende de lo que tú significaras para ellos.

Yo no quería darme por aludida, quería pensar que Siris no hablaba de mí en relación con los exteriores. No era una ingenua, sólo deseaba negar ciertos detalles sobre mi pasado que ya había leído en los rostros de los exteriores. Quería decir que yo no significaba nada para los exteriores, porque yo era humana como todos los paris e invisible para todos los que bajaban de los pájaros de metal. Pero no me salían las palabras de manera alguna y menos de la forma natural en las que deseaba formularlas para que todos los paris me creyeran. Era imposible

Por supuesto Siris conocía el motivo de mi silencio y de mi rostro de completa negación. Todos los paris lo sabían, pero eran demasiado respetuosos para dañarme señalando lo evidente. Siris determinó que yo era la única que no asumía mi propia naturaleza. Por eso me tomó de la mano y me llevó al interior del Bosque. Siempre me sentía extraña cuando su pequeña mano negra y de solo tres dedos me tomaba y me arrastraba a seguir a su dueño. Mi mano pálida, más grande y con cinco largos dedos no podía imponerse por la fuerza al agarre tierno de la de Siris.

Andamos un buen rato, hacia el interior del Bosque, alejándonos de los otros paris y del centro de su comunidad. Sólo cuando llegamos a una parte desconocida empecé a sentir miedo. Mi terror no venía de que la zona hasta la que caminábamos se me antojaba como extraña, sino porque sabía que iba a toparme con algo que sí iba a ser reconocido por mí y no deseaba volver a reencontrarlo.

El pájaro de metal estaba casi enterrado en aquel pantano, pero se hacía imposible no admitir lo que era. El óxido que comía su estructura y toda la vegetación no eran suficientes para esconderlo.

—Tú viniste en él—dijo Siris sin necesidad de señalar a aquel derrotado montón de chatarra.

—Cuando te encontré estabas casi muerta. De alguna manera habías conseguido salir de tu nave, yacías herida. Llamé a otros paris para transportarte a nuestra comarca. No fue un trabajo fácil, no sólo porque tu enorme cuerpo nos resultaba pesado, sino porque los paris que me acompañaban no creían que aquello fuera una buena idea. Tenían miedo de ti, una exterior. Decían que lo mejor era dejarme morir allí. La primera vez que despertaste tras curarte me di cuenta de que ellos tenían razón: debía haberte dejado morir. Eras una bestia salvaje, no eras humana como somos los paris. Así que hice lo único que podía hacer, más allá de matarte. Con ayuda de otros paris curanderos borré de tu mente tu historia, lo que habías sido hasta ese momento. Hoy, tras comprobar tu desconcierto al observar la incursión de los exteriores, soy consciente de que cometí contra ti un crimen, casi mayor que el haberte dejado morir al lado de tu nave...

—Te equivocas, Siris, me hiciste humana, no sé lo que era antes, ni deseo saberlo.
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